Posteado por: aliciaenelpaisdelasmascarillas | diciembre 10, 2010

Con el agua al cuello

La oportunidad de sentirse útil

Mi abuela no hace sino repetirme una y otra vez que las cosas ya no son como eran. Eso no es un halago para ella. Es más bien la breve síntesis de las quejas y pesares de alguien a quien se le ha ido escapando el mundo que conocía – pero esa es otra historia. El listado de críticas funciona más o menos de la siguiente manera: primero, los jovencitos de hoy no hacen sino faltarle al respeto a sus padres.  Si mi abuelo me hubiera visto discutiendo con mi mamá, probablemente me habría dado un buen coscorrón. Segundo, las niñas de hoy no se cuidan de los peligros de la calle y les ha dado por hacer todo solas.  Cuando decidí irme de viaje hace un tiempo, a mi abuela le pareció escandaloso que lo hiciera sola. Cuando vio que no me iba a convencer de buscar un acompañante, se le ocurrió pedirme que al menos me llevara un perro. Valga decir que no me llevé perro de ninguna clase. Tercero, que es que a mí generación los problemas del país en nada le importan. Y ahí sí que se viene la pelea. Ambas somos tercas y a las dos nos gusta decir lo que pensamos, pero hay veces en que la brecha es tan infranqueable y el cariño mutuo tan grande, que la discusión queda suavizada tras un intercambio de miradas. Pues bien, hace poco un amigo de mi misma edad tuvo el descaro de decirme el mismo argumento de una señora que pertenece al siglo pasado: «es que a los de nuestra generación no les importa nada». Como diría mi abuela, esa sí que fue la gota que rebosó la copa.

El primer problema de semejante afirmación tan odiosa es la generalización tan imbécil que trae consigo: quién conforma exactamente nuestra generación? quién distingue los que están dentro de los que están fuera? Si es un criterio puramente numérico, digamos que a mi generación pertenecen todos los nacidos entre el año x y el año z. Y por qué esos años? Ah, pues por qué se me dio la gana. Fuera de chiste, la generalización es un problema aquí y en todas partes, pero es especialmente delicado cuando se va a afirmar sobre el grado de empatía que puede llegar a tener una persona con el mundo que la rodea. En pocas palabras, se está metiendo en un mismo costal a millones de personas y condenándolas bajo la idea de que no se dejan afectar por lo que pasa en el país.

Si no ha quedado suficientemente claro, para mí es una ofensa el que me digan que no me preocupo por lo que pasa en el país. A mí el cuentico de que «vivimos en una burbuja» en la cual la crueldad, la dureza y la desigualdad no nos tocan,  siempre me ha caído bastante mal. Yo, por lo menos, me siento una persona sumamente comprometida con Colombia. Estoy segura que muchos otros se sienten igual. Mi problema, básicamente, es que no he logrado encontrar una forma de materializar ese compomiso… si, ya sé, habrá quiénes estén pensando que típico discurso de reina de belleza: «hay que acabar con el hambre mundial… pero no tengo ni idea cómo». Pues sí, esa es mi situación. Pero a mi sí me parece que hay una ENORME diferencia entre tener la profunda convicción de que las cosas andan mal y haya que trabajar muy duro para solucionarlas y desvelarse noches enteras tratando de encontrar mecanismos para hacerlo y no tener convicción alguna y desvelarse bajo el ritmo de los últimos hits de reggaetón. Ambos se trasnochan, ninguno de los dos tiene un fruto material de su desvele, pero yo siento que estoy al menos emprendiendo el camino de hacer algo significativo en vez de andar «cruising» por la vida criticando a todos los mamertos que hablan y hablan, piensan y piensan, y no hacen nada. Yo tengo la satisfacción de que al menos hablo y pienso y trato de hacer; y entre todas esas pensadas he concluido que criticar al que supuestamente no hace nada – conclusión a la que se llega porque no hay algo concreto, tangible o material que así lo demuestre- no es sino el escudo del más perezoso que ni se le ha pasado por la cabeza que este país tiene de las mayores tasas de desigualdad del continente.

Mi conclusión entonces es que hay cantidades de mi generación que sí están buscando cómo suavizar las desigualdades, dignificar la vida de muchos y en general mejorar la situación actual del país. Dentro de este enorme grupo, hay algunos, como yo, que no tenemos un resultado tangible que demuestre nuestra preocupación. Deberíamos tratar de cambiar esa situación? Es probable. Pero también hay muchos jovenes en Bogotá y en las regiones que sí pueden mostrar el cambio material que han logrado llevar a cabo en su comunidad. Ejemplos de eso hay montones, no es sino salirse de la rutina que conocemos y adentrarse en un barrio cualquiera de Barranquilla, Florencia o Cali para ver grupos de jóvenes con emisoras comunitarias, proyectos productivos, jornadas de alfabetización, etc. De los que a mí más me ha marcado es el Colectivo Línea 21, en Montes de María que si bien no fue creado por jovenes, sí tiene son éstos los que hoy en día lo componen.  Estoy segura que cada uno se ha cruzado alguna vez, en algún pueblo perdido o en la cuadra de al lado, con alguien de más o menos de su edad que parece tener el empuje y la iniciativa que uno nunca tuvo. Una de mis metas para el año entrante será ser un poco más como ellos: apasionados por su proyecto y dedicados a verlos salir adelante.

Así como admito que pertenezco a ese grupo intermedio que sí está preocupada pero que no encuentra qué hacer, también creo que después de algún tiempo y tras muchas frustraciones, se va concretando la posibilidad de HACER ALGO.

La temporada invernal ha sido desastrosa en más de un sentido. Pero, es también la oportunidad de sacudirnos de esa etiqueta que nos han puesto tanto los viejos como los jovenes, y demostrar que en este país, mi generación (sean los que sean), la de mis padres y la de mis abuelos, es solidaria. Mi abuela puede tener razón en muchas cosas: puede que hoy usemos minifaldas y bikinis, puede que hoy no bailemos vals sino reggaeton, puede que hoy yo no salga con un chaperón. Pero en lo que no puede tener razón es creyendo  el compromiso y solidaridad de los jóvenes ha cambiado. Si como yo, usted no sabe muy bien qué hacer, no ubica cómo ayudar, éste es la ventana de oportunidad que tiene para salir y realmente aportar. Si usted no es como yo, no le importa nada de esto, pues esta igual es su oportunidad para salir y aportar.  Done un mercado. Done su mesada. Done su ropa que ya no lo queda. Comparta.

Recorriendo el Río Magdalena desde al aire, es impresionante el panorama. Están- estamos- con el agua al techo. La figura literaria pierde toda su belleza cuando se vuelve una descripción cruda y literal de la realidad que están viviendo millones en el país. Si Plato, Magdalena o Bello, Antioquia le parecen muy lejos, piense entonces en la Sabana Bogotana, en las fincas donde ha ido a asados y en las familias que cultivan esa tierra y viven de ella. Esta va a ser una navidad bajo el agua y por primera vez, siento que tengo las herramientas para aliviar por ahora el sufrimiento. La gente pide comida, pide ropa. Y cómo va un país que se está vanagloriando de salir del tercer mundo negarles eso? Cómo vamos nosotros, los niños bien de la capital, a seguir bajo el manto de que no hacemos nada? Como bien lo dice una de las campañas que está circulando por ahí, «todos tenemos algo que donar».

No tiene que coger la primera chalupa que lo lleve hasta Mompós, aunque si quiere hacerlo, bienvenido sea. Propuesta concreta número uno: si quiere realmente salir de su zona de comodidad, vaya y sea un voluntario en la sede de la Cruz Roja. Un día. Un miserable día de su vida entreguéselo a alguien que lo necesita. Propuesta concreta número dos: la próxima vez que esté yendo a hacer  mercado para su casa, o para la rumba de esa noche, agregue a la vaca un mercado ya prearmado para los daminificados. No tiene ni que pensar en que echar. Lo dona ahí mismo en el sitio donde hizo el mercado. Propuesta número tres: done de su salario, mesada, pensión, lotería, etc. un porcentaje que contribuya a dignificar las condiciones de vida de los más pobres que lo han perdido todo por algo que ha estado fuera de nuestro alcance.

Aquí hay dos cuentas donde puede hacerlo:

1. Cruz Roja colombiana

CUENTA CORRIENTE
No. 00130242000100016244
BBVA COLOMBIA a nombre de Cruz Roja Colombiana emergencias.

2. Colombia Humanitaria

BANCAFE – DAVIVIENDA

Cuenta 021-99523-8

Fiduciaria La Previsora – Fondo Nacional de Calamidades

Nit 860.525.148-5

Yo ya lo hice y me sentí útil. Hágalo usted también. Y así mi abuela no podrá tener razón.


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