Posteado por: aliciaenelpaisdelasmascarillas | junio 19, 2012

Pura literatura

Pura literatura

– Oruga

Bien, aquí va. La siguiente información, señor lector, es un grandísimo secreto. Y no, no porque lo esté publicando en un blog en internet sin ningún tipo de licencia (aunque tengo planeado ponerle una Creative Commons) es que pretenda que usted pueda ir por ahí diciendo que yo dije y que entonces. Porque lo que voy a decir – escribir – no se dice. Pero ahí va: Estoy cansada de la literatura.

Y entonces empiezo por definir el alcance de mi frase porque, como verá, el espectro de “la literatura” es enorme. Me refiero es a una porción considerable, sobre todo en estos tiempos, de la creación literaria, de grandes y chicos, anónimos (sobretodo) pero de algunos nominados importantísimos también. Esa porción, que me agota y me marea y me obliga dejar libros de lado, me obliga a preferir leer “ciencias sociales” o, mejor aún, grandes novelas rusas o francesas. Llamaré el género que me molesta literatura depresiva.

Es como así: hay un protagonista en una “edad crucial de su vida”, entiéndanse todas. Pero este personaje está o en la adolescencia o en el final de los 20’s o en la mitad de los 30’s o al inicio de los 60’s, o a un cacho de morirse. Está solo, está desubicado, no es feliz, no está satisfecho, siente que el mundo es un lugar despreciable y él, y lo sabe, también lo es.

El personaje tiene una familia corriente y por ello terrible: en el mejor de los casos hay un papá violento o una mamá alcohólica y, siguiendo a Freud, ese fue el origen de todo. Si es mayor, los hijos son jóvenes desagradecidos y mal casados y, si está casado/a su pareja le es infiel. Por supuesto, el personaje también tiene problemas de drogas o alcohol, la comida ha dejado de saberle por lo que no come y, por tanto, está enfermo y no duerme. Si el protagonista es hombre hay una prostituta de quien está secretamente enamorado y, si es mujer, hay un hombre que la maltrata que ella es incapaz de dejar. Por si fuera poco, aparecen frecuentes alusiones a canciones de rock, normalmente, para “ambientar”. Algo que a mi no me molesta pero como recurso literario me parece que solo funciona como adorno porque, primero, no todos oímos la misma música y, segundo, el buen escritor  logra ambientar sus obras usando, irónicamente, palabras, frases, párrafos, no solo títulos de canciones en inglés.

La trama de la obra empieza en una nada insipiente, en la que el protagonista se siente a punto de ahogarse. Sucede algo y, efectivamente se ahoga: se juega la fortuna, lo botan de casa, muere el único amigo que tenía, recibe la primera pensión y ahora está desocupado. Los lectores nadamos junto a él y durante un buen rato en un mar de vida clandestina alcoholizado, solo de noche y de dormir sin soñar durante un rato, descubriendo el pasado del protagonista, el punto en que todo empezó a salir mal – normalmente el punto en el que se da cuenta de que no todo es un cuento de hadas –, descubriendo esa persona que de verdad quiso – oh, un vestigio de esperanza – y, gracias a ese recuerdo, el protagonista nada hacia un estado nuevamente estable que, en el género que me molesta no es propiamente mejor si no, simplemente así: estable. Uno cierra el libro y por mucho sol que haga afuera queda el sabor amargo de haber leído pero de no haber ganado nada con ello: ni una idea, ni una ilusión, ni una reflexión, solo ese amargo sabor a nada.

Me molesta porque, si bien creo que el mundo sí es un lugar difícil y está profundamente lejos de ser totalmente justo y feliz, creo que también hay cosas bonitas y valiosas y felices. Y no, no por reconocer que hay cosas bonitas de pronto vivo en un castillo de Disney. Ser realista va para lado y lado. Por eso creo sobre todo que, así como hay gente que sufre en la vida y en diversas circunstancias, reducir la existencia humana a esa situación de desespero absoluto es casi tan irrespetuoso con la realidad como reducirla a un cuento de hadas. Ni lo uno, ni lo otro. Una persona deprimida o en una circunstancia de verdad difícil también tiene sus risas, y viceversa y se merece que le reconozcan todas las dimensiones de su existencia.

Por otro lado, esos protagonistas tienen casi siempre algo de niño consentido insoportable. Algo de una persona a quien las cosas no le salieron como quería pero que tampoco luchó por salir a flote, por cambiar, por entender, por arreglar, por sobrevivir. Se entregó a la zozobra de la amargura y a autocompadecerse. Eso no lo hacen las personas de verdad, las de verdad tienen responsabilidades y aspiraciones y sueños y trabajan – y muy duro – por superar circunstancias dificilísimas por sacar sus vidas adelante. Si usted, como yo, vive en Colombia móntese en un bus público a hora pico y mire a su alrededor. Me refiero a las personas que van montadas con usted.

Es que siento que esa literatura es una falta de respeto con la gente que luchó, gente que sufrió y rió y que padeció y disfruto esto que sea que es ser humano. ¿Qué pasó con Miguel Strogoff, Anna Frank, Ana Karenina, Don Quijote, los mil José Arcadios, Kafka el de Murakami, etc.? A todos ellos la vida también les dio durísimo y, sin embargo, esa capacidad de reírse un poco, de soñar algo mejor, es mucho más amena de leer… Y entonces prefiero sentarme a leer La Guerra y la Paz, en la que la mitad de los protagonistas se mueren, se quiebran y, en fin, un imperio que era riquísimo y bellísimo de desmorona en miles de pedazos pero, por algún motivo, eso de poder soñar pervive en los personajes. Es que, decía algún filósofo famoso, la imaginación – y la ropa – es lo que nos hace humanos.

A lo mejor estoy totalmente equivocada, a lo mejor el mundo si es una porquería y no hay nada que hacer y la literatura debe dedicarse a reflejar eso. Pero entonces yo me pregunto en qué estaban pensando Wagner y Beethoven y Tolstoi y Shakespeare y Kandinsky y Pina Bausch y todos esos artistas que tuvieron todos vidas dificilísimas – en serio, píllense Wikipedia – y sin embargo vieron en el mundo lo suficiente como para hacer cosas tan bellas, tan inspiradores, tan invitadoras a reflexionar… Y entonces prefiero dejar de leerme esta historia de un chico adolescente muy perdido en la vida -para eso leo el periódico- y leo la historia de un chico huérfano, hambriento, abandonado, ladrón, tapado en hollín, golpeado y siempre soñador, Oliver Twist.

Fe de erratas: Estoy parodiando el género de la literatura depresiva. Hay obras maestras que tienen personajes deprimidos – situación que ojo, muchas veces es un cuadro clínico y requiere atención médica – o neuróticos o tristes, por lo demás, y que no por ello son de repente malas a mi (irrelevante e irrespetuoso) juicio. En estas – porque no pretendo dármelas de crítica literaria y poder decir o no qué es bueno o malo – al final puede que todo siga mal, o todo esté peor, pero algo cambia en el lector. Está El Guardían entre el Centeno, La Vorágine, los cuentos de Rulfo… muchisisísimas. Las que me molestan son las que quedan vacías – como cualquier cuento malo – pero que por hablar de sexo, drogas, somníferos y desolación sienten que, de pronto, se están codeando con quién sabe quién.


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