La privatización de la Identidad Nacional
El 20 de Julio que llega celebraremos (orgullosos y agradecidos) la llegada del bicentenario; 200 años de independencia, 200 años de existencia de la Nación colombiana. No se trata de una celebración cualquiera; no en vano el Ministerio de Cultura le ha dedicado un millonario presupuesto a la conmemoración de esta fecha que contará con múltiples eventos a nivel nacional. Sin embargo, ¿qué es lo que realmente estamos celebrando? ¿Celebramos que luego de 200 años de fundada nuestra patria aún no sale de la pobreza, que nuestra política es igual o más corrupta que antes, o que nuestra infraestructura vial parece un retrato de aquella existente en el siglo XIX? Por supuesto que no. Celebramos que, a pesar de estos y muchos otros problemas, Colombia es una nación libre y soberana –lo que sea que esto quiera significar-, rica en recursos naturales, propietaria de exquisitos paisajes, y de gente “honesta” (a pesar de la infinita evidencia de lo contrario). Estamos celebrando el rompimiento de la dominación española y el orgullo de ser colombianos.
Empero, ¿qué es “ser colombiano”? ¿Qué comparte un pescador afrocolombiano del Chocó – asolado por la guerra y la pobreza-, con un joven del centro bilingüe o trilingüe que pasa sus vacaciones en Estados Unidos o Europa y estudia en alguna universidad privada de la capital? ¿Qué es eso que une a estas dos personas? No es su forma de vida, que por demás es totalmente disímil; tampoco su color de piel; la forma de relacionarse con el mundo y su visión del mismo tampoco ha de ser un punto común –sus universos son totalmente distintos-; su dieta alimentaria probablemente sea radicalmente distinta –tanto en cantidad como en variedad-. Pues bien, aquello que estas dos personas tienen en común nada tiene que ver con algún elemento material y objetivo; se trata del sentido de pertenencia al colectivo de la nación de la que los dos se sienten parte.
Este sentido de pertenencia se construye a partir de identidades y nociones subjetivas que permiten a los individuos “sentirse parte de” la nación; es así como la identidad del colombiano se basa sobre su naturaleza y paisajes –de los que cada individuo se siente de alguna forma “dueño”- o sobre la calidad de su gente honesta, alegre y trabajadora –características que todo colombiano “siente tener” y que materializan el “sentirse parte de”.
Sin embargo, esta identidad no es estática, y los elementos que la componen adquieren o pierden relevancia en diferentes momentos históricos. Es así como dentro de la noción de colombiano incluimos hoy al indígena y al negro, evocando la nación multicultural y pluriétnica que decimos (¿queremos?) ser; pero que no hacía parte de nuestro sentido de “colombiano” hasta –por lo menos- la segunda mitad del siglo XX. La identidad nacional, entonces, es fluctuante y dinámica; y es normal que así lo sea puesto que su función es generar sentido de pertenencia en un colectivo y debe adaptarse a las condiciones específicas del colectivo en cada momento histórico.
Con esto de presente es posible hacer un breve recuento de las formas que ha tomado la identidad nacional a lo largo del tiempo; explorar lo que “ser colombiano” ha significado en nuestra historia. En un principio –en el siglo XIX- la noción del colombiano se encontraba aún fuertemente marcada y determinada por identidades locales, regionales y de partido. La identidad nacional en la época era débil, y era casi o más importante ser liberal o conservador, de una región u otra, a ser colombiano o no serlo; en lo que sería probablemente una consecuencia natural al gran numero de guerras civiles vividas en el siglo XIX. Posteriormente, a partir de la regeneración y durante la mayor parte del siglo XX, el “ser colombiano” se asociaba con el ser blanco, letrado, católico y tener una cierta renta u status social; como muy bien lo resume el lema de la regeneración “Una nación, una raza, un Dios”. Así, el “buen colombiano” debía hacer su mejor esfuerzo por seguir las costumbres europeas –“civilizadas”- y el país debía imitar todo aquello que se llevase a cabo en el viejo continente; generando no solo una cierta prolongación de la colonia sino un claro sentimiento de inferioridad del colombiano que necesitaba de la tutoría y protección del europeo. Esta visión, por supuesto, llevo a un desconocimiento y una negación de lo autóctono: del indígena, de las costumbres locales (la chicha, por ejemplo), y de la gran riqueza natural del país, que se veía opacada por el deseo irreprimible de construir industria a como diera lugar. “Ser colombiano”, en esta época, era una infinita admiración por lo europeo y la negación de lo propio.
Esta tendencia se mantuvo –en mayor o menor grado- hasta la Constitución de 1991, donde se pasa a reconocer de manera abierta e inequívoca la pluralidad de la nación colombiana, el carácter laico de la misma, y en donde se empiezan a valorar las riquezas culturales y naturales que aportan las diferentes regiones del país. Esta nueva significación del “ser colombiano” se complementa de forma directa con la admiración por el norte y las grandes industrias; pretendiendo crear una fusión de “lo mejor de dos mundos” en donde se resalta lo propio y lo foráneo. Es así como estamos orgullosos del parque tayrona, nuestra pluralidad de etnias y de tener parte del trapecio amazónico; pero al mismo tiempo gran parte de los negocios en el país terminan en ‘s (freddy’s, Randy’s) creyendo ganar de esta forma algún tipo de status o renombre.
Sin embargo, esta línea de la identidad nacional duró algo menos de 15 años. Desde el 2005, y en consecuencia con la desbandada de privatizaciones generadas a partir de la apertura económica del gobierno Gaviria y profundizada en los dos periodos de Uribe, hemos entrado en lo que podría caracterizarse como “la privatización de la identidad nacional”. A partir de la creación de la marca país “Colombia es pasión” y de la participación que tienen sobre ésta grandes empresas privadas, la identidad nacional ha sido manipulada y dirigida para favorecer a los grandes conglomerados empresariales. Es así como a través de grandes campañas publicitarias –parcialmente financiadas por el gobierno- se genera la idea en la gente de que ser un “buen colombiano” equivale a tomar Premio, comprar en el Éxito o Carrefour, y comer papas Margarita; entre muchas otras.
Es inaudito (e intolerable diría yo) que se busque explotar un sentimiento tan abstracto y común como es el “ser colombiano” para el beneficio de unos pocos empresarios que, por demás, ya bastante dinero tienen. Pero es aún más increíble que esta explotación de lo ajeno, de lo colectivo, de lo que es de todos y de nadie, sea patrocinada sin ningún pudor por el gobierno nacional que en teoría debería representarnos a todos los colombianos. Aparentemente estamos volviendo a los tiempos en donde “los colombianos” eran únicamente los poderosos, y es sólo a éstos a quienes el gobierno se desvela por representar.
The MadHatter
Encarrolizando