Posteado por: aliciaenelpaisdelasmascarillas | noviembre 13, 2010

El cultivo del arte

El cultivo del arte

Anoche tuve una discusión interesantísima sobre El Arte, El Derecho, sobre “el arte del derecho” (¡?) y sobre Alicia y sus artículos pretenciosos. Me tuve que ir y me quedé con un montón de ideas en la cabeza. Esta entrada es, entonces, la respuesta a una acalorada conversa a media noche. Excusa suficiente, creo, para disculpar su infinita pretensión…

Todo empezó porque alguien mencionó que lo molestaba el uso de la palabra “Arte” para designar la carrera universitaria con ese nombre. Hasta ahí, estuve de acuerdo. Sin embargo, su justificación de esto era algo distinta a la mía: Decía que era despectivo con el Arte de las demás actividades: el derecho, la cirugía, etc.  Así, se terminaba por desprestigiar el ser experto en algo y limitando el uso de tan amplia palabra.

Con eso no puedo estar de acuerdo, probablemente porque durante toda mi vida cercana, el “Arte” ha sido una meta altísima, supraterrenal, admirable. Lo he visto como algo más grande que todos nosotros y las muchas horas de práctica y estudio que “al arte” he dedicado, han sido con el objeto de quizá alcanzarla algún día. Nunca con la pretensión de estarlo haciendo.

Para poder justificar lo anterior, anoche olvidé unos conceptos que en esas “largas horas de estudio” he ido aprendiendo (cabría  que me preguntara de qué tanto han servido entonces…): Me refiero a la diferencia entre “artesanía”, sublime, bonito, creativo, espejo…

Entonces, creo que el mero hecho de ser creativo, y con ello me refiero a alguien ocurrente a quién se le ocurren cosas nuevas, no se hace Arte. Esto es bien problemático porque entonces el carpintero que logra hacer una mesa muy bonita no es artista, a pesar de ser bueno en “el arte de la carpintería”.  Yo diría que es un maestro en la “ciencia de la carpintería” y que hablar ahí de arte no es no más que un sinónimo. ¿Por qué? Porque cualquier persona que haya estudiado un poco el tema  – y aquí, creo yo, no es suficiente el sentido común, la racionalidad o la innata sensibilidad sino el cultivo de todas estas,-  notará que una mesa bonita es muy diferente a un Van Gogh y que, el jingle de “Coordinadora-recoge-y-entrega-contra reloj”, es bien diferente a una sinfonía de Beethoven o, incluso, a una buena canción de los Beach Boys. Lo anterior, sin perjuicio de que la mesa bonita y el jingle sean fruto de un ejercicio sumamente complicado de creatividad.

La mesa bonita, el jingle, la invención a 2 voces que se logra luego de aprender cómo funciona ese sudoku, es fruto de un conocimiento técnico que tiene un resultado agradable al espectador: una artesanía. El Arte requiere ser sublime (y estoy citando a Kant, no a cualquier gato), requiere ser más grande, trascendental, gigante. Cuando me enseñaban esto, recuerdo que mi profesora nos daba el ejemplo de las  catedrales góticas: altísimas construcciones de arcos que señalaban al infinito. Oscuras y frías, hacían sentir al súbdito que entraba insignificante y, ambientadas por el ruido de un órgano y de un coro, lo convencían de la existencia de algo mucho más grande: Dios. “El Arte” es un algo así mucho más grande.

No así el derecho, ni la cirugía, ni la carpintería. Todas las anteriores, si bien creo que son ciencias sumamente valiosas y las cuales –sabrán los que me conocen – aprecio de verdad, son herramientas. Y yo creería, que parte de lo magnífico del Arte

es que, solito, no sirve para nada inmediato.

El derecho, por ejemplo es una herramienta poderosísima, y admiro profundamente a todo aquel que se ocupe de crearlo, moldearlo. Pero lo hacen con un objetivo concreto: regular relaciones humanas. Si todos fuéramos santos no habría necesidad de derecho, así como si todos fuéramos sanos no habría necesidad de medicina.

¿Qué es el Arte y para qué es? Para salvarme un poco de mi prepotencia escribiendo esto, voy a citar a Borges: (Arte poética, click aquí para ver todo el poema)

A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Ítaca
verde y humilde. El arte es esa Ítaca
de verde eternidad, no de prodigios.

El Arte creo yo, es esa manifestación creativa que nos muestra cómo somos como humanos. Que refleja, y he ahí el espejo, nuestra humanidad, «lo que somos». Es nuestro yo particular elevado a un plano subjetivo. Por eso mismo, creo yo, no puede ser subjetivo: porque todos somos igual de humanos. En principio al menos. Humanos como solidarios, sensibles, ingenuos, solitarios, nostálgicos. Mirar el periódico pareciera evidencia de que el género humano en su totalidad está en vía de extinción y nos convertimos en animales.

Como dice Borges, lo que es Arte, entonces, es eterno, para todos los hombres de todas las épocas, supongo que algo así como todas las civilizaciones han tenido un Dios o algo más grande que ellos.

Creo que haber perdido el Arte de vista como algo grande y eterno, «harto de prodigios», es una posible causa del detestable curso que sigue nuestra sociedad hoy día. Que dos profesores violen no sé cuántos niños que están sujetos a su cuidado es evidencia del más alto subjetivismo, la ignorancia absoluta de algo más grande que ellos- Es el placer sexual inmediato sobre cualquier posible concepción ética, noción de construcción de sociedad, Dios, no sé, lo que quieran.

El Derecho, por ejemplo, pretende regular las conductas anteriores. Pero pretender que funcione cuando nadie cree en él como herramienta o autoridad ha demostrado ser bien complicado. ¿No?

Por su parte, dedicarse al cultivo del Arte, con la intención de hacerlo algún día, tiene un gran problema: el riesgo de parecer infinitamente pretencioso. Requiere esfuerzo y requiere sacrificio, pregúntenle a cualquier Mozart que a los 10 años había tocado ya unas 3000 horas de piano. Además, requiere el riesgo de no alcanzarlo nunca. Pero no creo que sea en vano. Creo que intentar lograr algo grande, trascendental, es no resignarse a resignarse, es vivir por una causa.

Por eso es que Alicia es sumamente pretenciosa, aún cuando a veces pasemos por un opinadero de personajes novelescos. Es un ejercicio. Un ejercicio para, esperamos, poder algún día hacer algo: alguno de nosotros querrán hacer Arte, otros querrán reformar el país, pero todos queremos pensar y escribir, cuestionar.

Creo que cada persona que dedica su tiempo a preguntarse cosas, a enseñarle a otro algo, a compartir con él algo de su interior y motive al otro a pensar, ya sea dándole clases de música o de contratos o haciendo un transplante de corazón, cualquier persona que sacrifique un segundo de su subjetivismo por algo ajeno a él, es un héroe.

Una sociedad que cultiva el Arte, es una sociedad buena, no egoísta (o no tanto), disciplinada, (miren si no a Alemania) una sociedad que se conoce a sí misma y que se cultiva. Propondría el derecho al cultivo del arte, pero eso sí que sería pretencioso de mi parte, aunque creo que es profundamente necesario. (Pero por favor googleen las orquestas juveniles de Venezuela)

Creo entonces, que esto es una invitación a trabajar duro por algo más grande, a jugársela por un sueño – so riesgo de parecer pretencioso- . Una invitación a enseñarle a cualquier niño las tablas de multiplicar, a mostrarle una canción bonita o un cuadro que le inspire un nosequé. Con humildad, como dice Borges, sin pretender alcanzar lo sublime o la inmortalidad. Sin matar a un perro y ponerle nombre al cadáver para titularse «artista», simplemente confiando en algo más grande que vale la pena dedicarse a buscar, una Ítaca. Los que estudiamos Arte sabemos que es un gran sacrificio y, al mismo tiempo, un acto muy egoísta: porque nos hace felices. Que nos enseñen sobre Arte es (y es mucho) lo que se necesita para salvarnos la vida…

Ansiosa por conocer sus opiniones,

Oruga


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