Posteado por: aliciaenelpaisdelasmascarillas | diciembre 7, 2011

De marchas y bombas

De marchas y bombas

Hacía días que no escribía. Y han pasado muchas cosas desde entonces sobre las que habría valido la pena escribir, pasando por el invierno (que ya más que una estación parece es un estado), Occuppy Wallstreet, las manifestaciones estudiantiles, las marchas, el congreso de feminismo… el asesinato de los secuestrados y la marcha de ayer.

Pero voy a escribir sobre salir a la calle a marchar. Yo no salí a marchar. No propiamente por hechos que se me hubieran salido de las manos, pero tampoco porque esté en contra de la marcha… Los estudiantes marcharon todo el mes pasado. Y, bueno, los de OWS no solo marcharon sino que se tomaron la calle. Una marcha podría verse como una mini-toma de la calle.

Pero marchar en casos como el de ayer tiene sus defensores y sus contradictores. En ambos bandos hay gente a la que quiero y admiro mucho. Sobre los motivos de los primeros, los que marchan, no es necesario referirse, sobran. Los motivos de los segundos son quizá más interesantes. Hay un excelente artículo de Carolina Sanín escrita hace unos años pero que, como todo en este país de Cien Años de Soledad, solo era cuestión de esperar un poco para que el ciclo se repitiera y volviera a ser perfectamente válida.

Las marchas – sostienen – son superficiales, sirven de antídoto para el que nunca hace nada, engañan a la multitud haciéndola creer que tiene voz, no son apolíticas (como pretenden serlo) son “inútiles”. Se parecen a la religión, podrían decir muchos. Y qué bonita oportunidad para hablar de religión y marcha cuando ya la mitad de Bogotá parece un almacén de bombillos de colores y toca echarse bloqueador 50 SPF para salir en la noche.

La religión, como las marchas, creo, tienen un alto valor social. Y no, no soy monja, no me confieso casi desde mi primera comunión (que no me lea mi abuela) y voy a misa más bien poco. Pero “creo” y, creer en algo, en lo que sea, es importantísimo. Si no, pregúntenle a Steve Jobs (está bien, a alguno de sus biógrafos). Alguien también dijo que la fe mueve montañas. (Otro que la religión es el opio del pueblo, pero estamos a favor de la dosis personal…)

Entonces, de acuerdo en que las marchas son superficiales y sirven para apaciguar el ánimo de redención del que generalmente es indiferente. Pero, a ese que es indiferente no lo culpo. Indignarse en este país es agotador, hace que uno no quiera volver a salir a la calle, leer el periódico, da mareo. Van 50 años de guerra. Un poquito de indiferencia se necesita para sobrevivir, para salir a la calle y no llorar en casi cada esquina. Entonces salir a marchar una vez cada año o dos es una forma de decir “en el fondo si me importa”. Es como confesarse (el que lo hace de corazón, no como requisito de entrada al Cielo) es decir: si, me equivoqué. Y esto no cambia nada del país pero a nosotros, como sociedad, nos cambia mucho, así sea por un instante y después todo vuelva a ser igual (más trancón).

Las marchas tampoco son apolíticas. Pero, siendo realistas, nada lo es. Es un acto político la forma como se saluda a un reciclador, la forma de vestirse, el tuit de todos los días… Entonces si, es una forma de apoyar al gobierno y al ejército. Que tendrán miles de defectos, pero una que otra virtud sin duda. Es también una forma de decirle al soldado que tiene mi edad (porque tiene mi edad y es soldado y no estudiante) “Oiga, todo bien. Gracias”. ¿Gracias por qué? Cada quien verá. Yo, le doy las gracias porque se va al monte para que a mi no me secuestren cuando quiero ir al Cocuy con mis amigos. Por eso también hago thumbs up cada vez que paso por un retén, y porque tiene mi edad.

Y, finalmente, son inútiles. A lo mejor, pero depende de cómo definamos “utilidad” e inutilidad. (El arte es inútil… e infinitamente necesario. El espectro es amplio, ¿si ven?) En un artículo de La Silla Vacía le preguntaron a ex secuestrados y familiares de secuestrados que sentían frente a las marchas y la reacción era mayoritariamente positiva. Eso si, decían que seguía un periodo de desilusión cuando después no pasaba mucho. Pero, en una lógica “utilitarista” a nadie le duelen, a muchos alegra, crea algún sentido de unidad nacional, de “nosotros somos más”… No veo por qué no. Porque tienen toda la razón los que dicen que somos impotentes. Que algo podríamos hacer, claro que si. Pero el día alguien apunta con una pistola, ese día no importa si uno es hijo de un zapatero o del dueño de Nike. A los dos los están anulando como personas dignas de la misma manera. (Y a todo el género humano, pero en fin.)

Es como el niño dios. No existe, son los papás. Pero el otro día me encontré un globo con una carta amarrada a la cola. Como se había mojado, la carta ahora era muy pesada y la bomba no subía. No había niños alrededor y seguro el pequeño autor de la misma estaba lejos de allí. Pero de todas formas quisimos que la bomba volara porque alguien, nada menos que un niño, había puesto en ella sus deseos de Navidad. La carta la cogí (y ya no tenía nada, la lluvia la había lavado) y la puse en algún lugar seguro. La bomba voló alto al cielo ya despejado. Y nada cambió. Pero, en algún lugar, todo cambió. (O a lo mejor no. A lo mejor solo soy una eterna romántica, pero solo así la vida es llevadera. Y es más bonita.)

Entonces cada cual verá si marcha o no. Lo importante es que tanto los unos como los otros parecen estar unidos en lo fundamental. Ya es otra cosa (menos importante) si de ahí deducen salir o no.

Oruga

Dato curioso: esta entrada NO refleja la opinión de todos los alicianos. Uno que otro estará tentado a escribir diciendo cómo esta oruga está loca.


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